Autor: Martín A. Fernández Ch. (Martín Pelícano)
-¿Qué es un milagro? -preguntó Mantarraya Azulejo, en un momento que se encontraba muy contemplativo, conducta algo extraña en él, puesto que es muy inquieto e intempestivo.
-¡Por supuesto que sí existen! Este día es un
milagro, al igual que lo estemos viviendo. A veces, uno se pregunta ¿Quién hace
los milagros? La respuesta absoluta y sin dudas, Dios es quien hace los
milagros, porque es el todopoderoso. Él es quien dispone de nuestra existencia,
el que da el más hermoso regalo que es la vida y, por eso, siempre debemos
agradecerle desde que nos despertamos en la mañana y al momento de irnos a
dormir, luego de la jornada del día. Eso sí, sin atreverte a juzgarlo, aunque
creas que mereces algo mejor, lo cual sería un error y hasta un pecado, porque
dejas que tu ego domine tus pensamientos y sentimientos. Él nos pone en el
andar por la vida, lo que nos merecemos y no nos pone circunstancias adversas imposibles
de soportar y superar, porque nos ama y es nuestro amigo. Su mayor deseo es que
seamos seres que motivados a evolucionar, que aprendamos a amarnos y amar al
prójimo -dijo Pelícano.
-Pero si Dios lo hace todo, nos ama y es nuestro
amigo ¿Por qué tenemos que esforzarnos? -dijo Mantarraya Azulejo.
-Esa es una gran pregunta, Mantarraya, y muy atrevida. Dios nos enseña a pescar, no pesca por nosotros, eso es algo que nos corresponde hacer, por nuestro bien, porque es la única manera que seamos seres independientes y con voluntad a vivir. Tenemos que esforzarnos todos los días para mejorar nuestra versión como seres vivos. Dios nos crea adversidades en la vida, no con la intención de desanimarnos, menos para deprimirnos, esas barreras son retos que podemos superar, si confiamos en Él y en nosotros mismos, porque es la única manera de formarnos -dijo Pelícano.
-¡Como nosotros! Que siempre estamos pendientes uno
del otro -dijo Delfina
Guacamaya.
-Así mismo, estas en lo cierto. Les voy a contar
una anécdota personal, que me pasó cuando era joven y mis hijos pequeños. Creo
haberles contado que fui uno de los mejores volando y pescando en mi tribu.
Pescaba para alimentar a mi familia, a mis viejos padres y a los ancianos que
ya no eran tan hábiles para eso; además, era instructor de jóvenes, que
empezaban a volar y pescar, buscando que aprendieran de la mejor manera, para
que fueran eficientes y para que no se lesionaran al hacerlo. En una
oportunidad, me embestí desde muy alto al agua, en dirección a un apetitoso pez
que visualicé, pero resultó que se movió hacia una roca sumergida, de la cual
no me había percatado de su existencia, o quizás, estaba demasiado concentrado
en mi objetivo; entonces, al hundirme al agua, además de agarrar mi presa, me di
en mi ala con dicho peñasco, fracturándomela. Fue tan grande el dolor que sentí
que tuve que soltar al pez. Con mucho esfuerzo llegué a tierra. Mis amigos al
verme volar de manera tan errática y caminar arrastrando el ala, se me
acercaron para ayudarme y llegar hasta donde el curandero, quien me entablilló
y me dijo que tenía que guardar reposo absoluto por 3 meses. Pensé que el mundo
se me venía encima, en voz alta y con notoria preocupación, me pregunté ¿Quién
alimentará a mi familia, a mis padres y a los ancianos? Entonces, mis amigos me
dijeron que ellos se ocuparían de todo, que no me preocuparan y, si necesitaba
más tiempo, no les importaba. Ese fue mi primer milagro: la amistad desprendida
e ilimitada. Dicho curandero, como si fuera poco el asunto del reposo, también
me indicó que con terapia podría volver a volar, pero dudaba que recuperaría la
misma habilidad que tenía. Yo le dije que estaba equivocado, que sí iba a volar
como lo venía haciendo, porque Dios estaba conmigo y también porque confiaba en
mí, en mi voluntad y en mi fortaleza. Luego que terminé el reposo, inicié mí terapia
física y mental, comenzando poco a poco a volar. Les pedía a mis amigos que
siguieran ayudándome con el tema de la alimentación, como lo venían haciendo.
Practicaba todo el día. Cuando me iba a zambullir en el agua, me daba un miedo
terrible, por eso empecé a hacerlo desde muy baja altura. Mis amigos y mis
estudiantes me aupaban para motivarme. Tenía claro que tenía que superar esa desconfianza.
En la medida que podía, lo hacía desde más altura y, poco a poco, fui superando
el terror que tenía. De esta manera logré llegar a tener la misma habilidad de
antes, bueno, quizás no el 100%, pero sí lo bastante cerca. En fin, gracias a
mi paciencia, voluntad y confianza en mí, además de contar con la bondad de
Dios, pude seguir haciendo lo que más me complacía, como era ayudar a los
jóvenes que iniciaban sus vuelos, esta vez con más sabiduría, y también poder
alimentar a mi gente. Eso fue un gran milagro, no solo lo digo Yo, sino por el
reconocimiento de toda la tribu. Cuando confías en que Dios te lleva de la mano
y tienes la actitud hacia el logro, tus límites se van desvaneciendo, así es como
vas superando las adversidades -dijo Pelícano.
-¡Gua Pelícano! ¡Qué historia tan hermosa y
aleccionadora! Estoy asombrado por esa demostración de superioridad antes los
problemas -dijo
Mantarraya Azulejo.
-Ahora entiendo con claridad que los milagros
existen -dijo Delfina
Guacamaya.